Tan apasionantes, como temidos, los suburbios siempre provocaron atracción, desconcierto y también desconfianza. La historia está ambientada, se presume, en un negocio del conurbano.

¿Vivero? ¿Negocio de plantas, en el que se fabrican pequeños gnomos de jardín?. En ese ámbito viven dos hombres, no se sabe bien si son hermanos, o primos. Con ellos también vive una mujer. Según detalla uno de ellos, la chica era una vecina de su provincia con la que alguna vez hubo una cierta atracción, o intento de noviazgo. Lo concreto es que la muchacha vino del interior a trabajar con los dos varones. A los hombres, una tía ausente, en apariencia dueña del vivero, los apoda los Nilsen, como los personajes del cuento “La intrusa”, de Borges (1966). Del cuento no hay mucho en esta pieza, que tampoco es una adaptación. Y precisamente en eso radica su interés.

Sí, hay atisbos de lo que sucede en el cuento de Borges. Pero lo más interesante que propone este relato escénico, esta pieza, es la vuelta, o el interrogante que intenta abrir su autor y director Federico Buso, según él mismo lo ha expresado.
Federico Buso, dramaturgo, actor y director, del que en 2019 vimos su meritoria dirección de “Una familia feliz” (escrita por Javier Naudeau), abre el interrogante de si la intrusa que aparece en la vida de esos hombres es realmente alguien que intenta interponerse entre ellos, separarlos, o enemistarlos. O en verdad los intrusos son esos dos extraños caballeros, de los que uno se asemeja más a un perdedor que se solaza en su falta de iniciativa, mientras que el otro parece ser víctima de un trastorno mental maníaco, por su comportamiento. En el medio aparece otro `intruso` un tercer hombre, dueño de campos él, que intenta conquistar a la muchacha. Esa misma muchacha que un día que aparece con un vestido rojo en el vivero, logra que uno de los varones quede mudo ante su presencia, arrebatado por ese deseo negado, pero latente.

Las fichas de este juego en formato de comedia están expuestas y sobre algunos de los ítems que plantea la pieza (nos referimos a quién es el intruso, o intrusos, o intrusa), hay un cuento que Martha Mercader publicó en 1989, titulado precisamente “Los intrusos”.
En “Caturno”, que alude a un lugar quizás del deseo, de los sueños, o simplemente es un acertijo de palabras que pueden referir, tal vez, en portugués a medias o zapatos, suceden acciones tan cotidianas, como predeterminadamente monótonas, lo que las hace coincidir en la extraña atmósfera de un `realismo mágico` algo inquietante. El espectador tiene la sensación de que en esa aparente placidez del negocio de una tía ausente, algo va a suceder. Y sí algo sucede, pero mejor no revelarlo. Lo cierto es que entre esos tres hombres, por instantes asoman algunos pasitos de tango, como si fueran parte de un sueño inalcanzable, algo inaprehensible al que ellos aspiran, mientras juegan a las escondidas con su deseo en silencio.

Con personajes de características definidas, un sutil tono de comedia y de drama familiar salpica las escenas finales y le aporta una serie de colores y climas a la obra que la convierten en una historia entretenida que mantiene expectante a la platea. A la vez que se vuelve levemente inquietante y agradable de ver. Al terminar la representación se tiene la sensación de que no fue en vano haber compartido unos instantes con estos personajes de los que nos gustaría saber más de ellos: ¿por qué se comportan así? ¿qué va a ser en el futuro de sus vidas?. Al observarlos, no se sabe por qué, quisiéramos que esos hombres y esa mujer encontraran la felicidad, pero quizás en esa lucha por intentar conseguir lo que aspiran está, precisamente, esa cuota de regocijo interior que los mantiene en un constante estado de asfixiante ansiedad o de conflicto.

Hay un manifiesto juego de espejos entre los hombres. La mujer se mueve de manera más independiente. Ella a veces hasta pareciera dirigir la orquesta conformada por esos tres intérpretes que quisieran poder amar más explícitamente, pero sólo lo pueden hacer con pudor. El deseo latente les enceguece la acción y les impide llegar a ese más que los personajes están pidiendo, pero que no pueden concretar.

“Caturno” parece ambientada en los años ´50, pero su época es incierta, puede ser actual o no. Esa idea de los fifties le da al director la pasta suficiente para trabajar cierto recato en las interrelaciones. Hay timidez, hay palabras que no se dicen. Hay silencios y miradas. En “Una familia feliz”, Federico Buso, director (también es autor y director de la magnífica “Bichas”, 2016) se lanzó a provocar a sus personajes, así se lo pedía el texto en aquel momento. En “Caturno” los deja librados a su libre albedrío. Sí esboza alianzas que se quiebran, soledades que se presienten. Individualidades que dudan y no se atreven a expresar su dolor. Si todo esto lo marcamos es porque el cuarteto de actores consigue expresarlo con sólidos recursos interpretativos. Con un ritmo de altos y bajos, como una sinfonía que parece ideal para ir cerrando el día, así se observa esta historia, a la que le Matías Broglia, Federico Buso (también actor), Débora Zanolli y Martín Tecchi le ponen el cuerpo, le imprimen acción y consiguen que sus personajes resulten queribles, identificables para el espectador.
Calificación: Buena
Juan Carlos Fontana
Ficha técnica:
“Caturno”. Autor y director: Federico Buso. Intérpretes: Matías Broglia, Federico Buso, Martín Tecchi, Débora Zanolli. Vestuario: Ana Markarian, Teresa Morcillo. Escenografía: Rodrigo González Garillo. Iluminación: Sebastián Francia. Coreografía: Marisa Toboadela, Débora Zanolli. Sala: Espacio Callejón, Humahuaca 3759. Funciones: Jueves a las 21. Duración: 70 minutos. Entradas: $700.- por www.alternativateatral.com