Este es un biodrama sobre una hija y un padre. Este último está internado. Se presume que no le queda demasiado tiempo de vida. La hija lo sabe y se prepara para esa pérdida. Para la pérdida de un padre un poco ausente, que rebalsó en errores, a los que ahora, en el presente, hay que ponerles el cuerpo. Y así como para parir un hijo es la mujer realmente la que pone el cuerpo y vive esa transformación, Marina, la protagonista de esta pieza, arremete y afronta los hechos. Marina espera una niña que está pronta a nacer. Su pareja está lejos y en apariencia no tiene demasiado claro, lo que significa dejar a su mujer sola y encima experimentando y asumiendo el futuro de ser madre, con todo lo que eso implica. El padre además, inmerso en sus fracasos, sigue rumiando en solitario su narcisismo y sus mentiras y reclamando.

En medio de esa tormenta embravecida Marina toca su pequeña guitarra, a veces canta, explica, se emociona, cuida sus palabras y decide lo mejor, junto a su madre sobre el negocio familiar que se convirtió en un fracaso y hubo que liquidar.

La pieza es un melodrama del derecho y el revés, pero como se dice ahora, sus creadores “le pusieron onda” y eso el espectador lo percibe, lo disfruta, se ríe con sus leves tics de humor, tan sutiles como necesarios para descomprimir. Claro que lo que recibe el público es mucho más, es una continúa sensación de ternura, de afectos, con los que es fácil identificarse. Porque la pieza, el texto, los intérpretes y la dirección se preocuparon con mucha delicadeza para que eso suceda. Y hoy no es poco. Es mucho, demasiado. Durante la hora que transcurre el espectáculo, se percibe el dolor de un drama que es de dos y a la vez es de todos.

Dicen que en el teatro no es necesario identificarse siempre con los personajes ¿por qué hacerlo? Sin embargo acá eso es inevitable. Si nos ponemos en la piel de Marina, decimos qué fuerza, qué tenacidad, qué resiliencia la de esta joven mujer para afrontar ese huracán de vida que se le viene encima. Hay algo que sin duda no es fácil, o mejor dicho es imposible de poder entender para nosotros los hombres y a la vez nos ayuda a preguntarnos: ¿seríamos capaces de soportar una maternidad, los cambios que experimenta el cuerpo en su interior, para dar cabida a un ser que un día va a nacer y nos va a dejar “vacíos”, pero en el mientras tanto, debemos afrontar lo cotidiano con absoluta normalidad, como si nada ocurriera? ¿Seríamos capaces? Seguramente no. Sin embargo ahí está Marina, en escena. Ahí está Daniela Pantano para hacernos entender que una madre, inmersa en su transformación interior, con dolores físicos y emocionales y a veces sin saber qué hacer, intenta conservar la cordura, la sensibilidad. Ser normal. ¿Qué es ser normal? ¿Qué es ser normal frente a la pérdida de un padre y el nacimiento de un hijo? Todo simultáneo.

Lo mejor es proponerte que te acerques a disfrutar de esta pieza, en la que dos actores, dos intérpretes, en estado casi de candor emocional, en estado de gracia e inmersos en la sensibilidad más pura, te lo cuentan. Ellos son Daniela Pantano y Javier Niklison. Los que fueron guiados con una sensibilidad también extrema por Dennis Smith, un maestro en estas tareas de explorar los sentimientos y emociones de un relato, mediante la sutileza más afinada. El vestuario y la escenografía de José Escobar y el diseño de luces de Rodrigo González Alvarado, tan sólo acotan, delimitan espacios, lo que subraya aún más la intención del espectáculo: de llegar al público a partir de la emoción más pura. Y por cierto lo lograron. Un hallazgo: es una pieza breve, un relato justo, que se disfruta de principio a fin.
Calificación: Muy bueno
Juan Carlos Fontana
Ficha técnica:
“Y luego la calma”. Autora: Daniel Pantano. Dirección: Dennis Smith. Intérpretes: Javier Niklison, Daniela Pantano. Vestuario y escenografía: José Escobar. Luces: Rodrigo González Alvarado. Funciones: viernes, 20.30. Sala: El camarín de las musas, Mario Bravo 960. Duración: 55 minutos. Entradas: $1.200.- por www.alternativateatral.com.